El jueves pasado la atleta rusa Yelena Isinbayeva sorprendía al declarar que la homosexualidad era algo 'anormal' y que temía por su país si es que se permitía manifestar públicamente amor entre personas del mismo sexo. Asimismo, calificó como una 'falta de respeto' el gesto que tuvo la sueca Emma Green de pintarse las uñas con los colores del arcoiris en apoyo a la comunidad LGBT durante el reciente campeonato mundial de atletismo.

La campeona mundial de salto con pértiga mostraba así su total respaldo a las leyes promulgadas recientemente por el gobierno de Vladimir Putin, en las que se prohíbe la 'propaganda homosexual'. 

Kseniya Ryzhova y Tatyana Firova forman parte del equipo que obtuvo el oro en la disciplina de 4x400 metros al vencer a Estados Unidos, y lo celebraron en el podio con un beso en los labios. Un gesto claro que muestraría al mundo que no todos los rusos, como supone Isinbayeva, están de acuerdo con las retrógradas medidas de Putin.

Muchos, sin embargo, han salido a levantar la voz y decir que la noticia está descontextualizada, ya que en Rusia es común que personas del mismo sexo se saluden de esta manera. La pregunta lógica es ¿por qué se condena entonces las manifestaciones homosexuales?¿Cuál será el filtro para sancionar a aquellos que se dan un beso en la calle a modo de saludo y quienes hacen lo mismo porque mantienen una relación? Al parecer la coherencia no es una virtud de Putin y compañía.

Isinbayeva saldría al día siguiente asegurando que la 'habían malinterpretado', pero lo dicho ya estaba dicho. Su aclaración no fue porque no pensara realmente lo que había dicho horas antes, sino porque es evidente que en los tiempos que corren debe entenderse que las opiniones son respetables siempre y cuando no se vulnere los derechos de otras personas. Y esto no depende del país que uno pise.

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